[Opinión] La unidad es el mandato

La unidad es el mandato

La Asamblea Legislativa de los Pueblos es la oportunidad para reivindicar lo que nos une: la soberanía, la equidad, la justicia, la dignidad, la diversidad, la vida.

 

La unidad es el mandato

Asamblea legislativa de los pueblos

 
Por Juan Alejandro Echeverri – Comunicaciones Congreso de los Pueblos

Los Congresos mandatan. Moldean, reforman y avalan normas que ordena la sociedad: los Congresos determinan el por-venir de millones. El Parlamento colombiano ha estado compuesto por amigos de paramilitares, hijos y sobrinos de políticos, de ricos, de terratenientes, de empresarios, de almas déspotas, ambiciosas, individualistas, cínicas y clasistas. La mayoría de Parlamentarios colombianos han mandatado para una minoría rica, déspota, ambiciosa, individualista, cínica y clasista, idéntica a ellos.

La minoría enquistada en el poder deambula por los salones del Estado y saquea los territorios, con el consentimiento de ese Congreso que mandata en contra de los intereses y las exigencias de esa mayoría oprimida.

Pero los pueblos son soberanos, son el verdadero gobierno. Hace ocho años el Congreso de los Pueblos se consolidó como un entramado de sectores, fuerzas políticas, movimientos sociales, y procesos organizativos diversos y singulares que no se sienten representados por la clase política tradicional. Mandatar y construir una propuesta de país que privilegie la vida digna antes que la acumulación y la explotación, es y sigue siendo la razón fundamental que moviliza al Congreso de los Pueblos.

Los tiempos han sido adversos, y lo seguirán siendo estos próximos cuatro años. La crisis ambiental, alimentaria, energética y territorial que atraviesa el mundo desató una lucha de rapiña entre capitalistas –Estados Unidos, Rusia, China, entre otros países árabes y europeos– que se disputan los alimentos, el agua, la energía, el territorio, la fuerza de trabajo, el capital y la ganancia. La solución de una crisis –¿inevitablemente? – genera otras crisis; unos casi siempre ganan, otros casi siempre pierden: así es la matemática infalible del capitalismo.

El capitalismo es la empresa transnacional con más sedes en el mundo, Colombia es una de ellas. La llegada de Ivan Duque al poder –del uribismo, del capitalismo más ortodoxo– perpetúa un modelo que amplía la brecha entre ricos muy ricos y pobres muy pobres, que se apropia de los territorios y los sobreexplota, que ejerce violencia política a través de la judicialización, los asesinatos y las amenazas, que financia y aplaude grupos armados paraestatales, que instrumentaliza el rol de la mujer en la política, que asocia el disenso y la desobediencia con el delito. La reforma pensional, laboral y tributaria, más la privatización de la industria petrolera, la continuación del extractivismo, las zancadillas al acuerdo de paz y la regulación del derecho a la protesta social que pretende implementar el próximo gobierno, lo confirma.

Cada día trae su afán y cada gobierno sus intereses. El modelo opresor no se derrota con fórmulas mágicas ni con saludos a la bandera. El momento histórico nos exige volvernos a encontrar, con nuestras diferencias y nuestros anhelos comunes, para deliberar y construir una propuesta de país.

Hemos demostrado que no somos salvajes. Podemos autogobernarnos. Las guardias indígenas, afros y campesinas, los territorios campesinos agroalimentarios, las zonas de reserva campesina, los resguardos indígenas, los territorios colectivos afros, entre otras figuras, son experiencias exitosas que nos han permitido avanzar en la construcción de poder popular, autoprotegernos, ejercer soberanía, cuidar los bienes de uso colectivo, establecer normas de convivencia, ordenar colectivamente el territorio y la economía. Construyamos sobre lo construido. Hemos sentado precedente con las mingas, los paros y las movilizaciones. En las calles reclamamos lo que nos niega el Estado burgués, y nos han tenido que escuchar. Aunque no quieran, nos han tenido que escuchar.

Sabemos que necesitamos precisar agendas, saldar debates y diferencias. Expandir la fuerza social y política. Convertir la expectativa en proyecto, en propuesta y en ejercicio de poder. Atrevernos a teorizar, aprovechar el saber y la filosofía populares para combatir la deslegitimación del pensamiento. Empoderar a nuestras mujeres y nuestros jóvenes, reconocer su necesidad y su importancia en esta lucha. Defender la paz, no como mercancía política sino como un derecho fundamental y emancipador de la sociedad. Establecer un diálogo, una comunión, entre el campo y la ciudad, entre el obrero y el campesino. Incidir en la opinión pública, pujar en la lucha de sentidos y defender el derecho a comunicar e informarse. Superar la brecha entre la democracia formal y la democracia real. Movilizar las bases y las voluntades desde las causas, no desde los nombres ni los colores. Y aunque la muerte y el terror acechen en cada esquina, es hora de recurrir a la valentía, a las convicciones, que al fin y al cabo también son esperanzas.

Es momento de la madurez. Mientras la derecha se une en torno a lo fundamental –la riqueza, el cristo, la mentira, la muerte, y el poder–, la izquierda pelea entre ella. La Asamblea Legislativa de los Pueblos es la oportunidad para reivindicar lo que nos une –la soberanía, la equidad, la justicia, la dignidad, la diversidad, la vida– y discutir aquello que nos divide. Estamos gobernados por el “futuro más antiguo: el que no cambia”. Un escritor argentino contemporáneo dijo que “lo difícil no es conseguir algo que parece imposible; lo difícil es definir ese algo”. Nosotros mandatamos porque tenemos nociones de ese algo. Somos muchos, más de los que creemos, pero solo seremos juntos.

]]>